Hay poemas que, sin saber exactamente por qué, llegan al fondo del alma y una vez allí se acomodan y se instalan para siempre. De los muchos poemas que he tenido la suerte de leer de mi amigo, y tal vez también vuestro, Lorenzo Martínez Aguilar; es este sin duda unos de esos.
Lorenzo es de esa clase de escritores que lo mismo sondean y profundizan en las estanterías de una biblioteca, como en lo más recóndito de sí mismo en busca del conocimiento.
Comprometido con su tiempo y con la sociedad; deja fluir a través de su pluma (teclado del ordenador) el sentimiento haciendo un retrato en blanco y negro de cuanto lo rodea.
A veces pienso que, sin querer, su mente le dicta los versos mientras hablamos o tomamos una cerveza. Pero Lorenzo no es un escrito de pluma fácil. Detrás de cada verso, de cada frase, hay una profunda meditación para que los demás despertemos nuestras conciencias. Incluso cuando le escribe al amor lo hace con renglones torcidos.
Este poema pertenece a su libro “manual de invierno” y espero que lo disfrutéis tanto como yo lo hice.
VIENTO DEL NORTE
Caminaba yo por el norte del hombre
cuando me sorprendió la ventisca.
Los meteorólogos lo venían advirtiendo:
Las capas frías del viento del norte
traerán fuertes nevadas.
Mientras jugaban los chiquillos
a cabalgar sobre su montura blanca
con un griterío de bufandas coloradas
y una desazón de piernas inquietas,yo, insensato acaso,
más serio, más inconsciente o más temerario,
me adentré por las palabras
y escribí en este manual:
frío, soledad, niebla, tormenta, reloj de invierno...
Cuando levanté la vista,
distinguía lo lejos los almendros solitarios.
Es la única flor que florece en invierno por estos contornos
y recuerda la primavera.
Me restregué su aroma Por los ojos
para olvidar el filo arisco del día.
Luego
me metí estos versos en el bolsillo de la chaqueta.
Al poco, sentí deslizarse por mi pecho
una culebra de agua,
su frialdad dura y blanca en forma de amenaza.
Y ahora no sé si me engañó el deseo,
si eran almendros o nieve lo que vi.
O soledad que me acusa en la tarde
de este invierno que jamás finaliza.
Lorenzo Martínez Aguilar